viernes, 13 de agosto de 2010

El beso de Señorita Puri


Me tomo la libertad de traeros el post de "Señorita Puri" que después de navegar por internet un rato ha aparecido en mi pantalla de ordenador.

Yo personalmente me he emocionado, tengo que reconocerlo. Primero porque prefiero creerme la parte más amable de esta historia. Segundo porque me parece importante ver a un hombre mayor cuidar y querer a una mujer (esta sociedad está empeñada en quitarnos eso a los hombres). Tercero porque hay un tema crucial en el post de "Señorita Puri" que creo merece la pena destacar y sobre el que últimamente no dejo de reflexionar.

Simplemente es el hecho de que esté tan intrínsecamente relacionado el concepto de belleza con el de juventud. Tengo que admitir que me es muy difícil escaparme a esa especie de ley no escrita y, a veces, me cabreo conmigo mismo por no ser capaz de encontrar los mecanismos que me permitan salir de semejante dictadura ¿cómo podemos ser tan ciegos? ¿cómo podemos ignorar a mas de la mitad de la población mundial?

Los que tenemos algo que ver con todo lo relacionado con la expresión artística, ya sea en un ámbito u otro, deberíamos de tomar partido en este sentido.

De cualquier forma, mucho me temo que Doisneau no hubiera hecho la foto... ¿o sí? ¿qué opináis?

Transcribo literalmente el post de "Señorita Puri"

Madrid, Viaducto sobre la calle Segovia, junto al Palacio Real. Una mañana cualquiera, soleada y calurosa. Un hombre anciano pasea a su mujer, que descansa sobre una silla de ruedas. El hombre camina con el andar pausado, agotado y desvencijado, de la edad. Mira al vacío con ojos de rutina, mientras esquiva a los viandantes que caminan a paso veloz, como todos en esta ciudad.

De repente el hombre detiene su paso. Como impulsado por un resorte, por una necesidad, se dobla con sumo cuidado, sin rastro de sus achaques. Rodea con sus manos el rostro de la mujer con la delicadeza de un relojero y la besa con el amor, ternura y cariño tantos años acumulado.
Después, reanuda su paseo con su lento andar y su mirada limpia.

No es el beso de Doisneau, ni el de Times Square, de encuadres perfectos, bellas mujeres vestidas a la moda, heroicos galanes, e idílicos entornos cinematográficos.

No. Este es un beso puro, real. Un beso necesario, surgido del instinto más primitivo, ese del deseo de conservación, de protección. Un beso sencillo, perdido una mañana de sol en una gran ciudad, cargado de recuerdos y de vida.

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