sábado, 15 de enero de 2011

Es difícil reír cuando te están robando


De un tiempo a esta parte vengo observando una constante exigencia social que demanda todo sea expresado en clave de humor.

En el mundo de la empresa el humor ha empezado a irrumpir con fuerza como un mecanismo más de control. Algunas multinacionales ya incluyen en la retribución a sus empleados un variable en función de lo divertido que sea trabajar con ellos. No importa que te estén explotando y tengas un sueldo miserable, tienes que ser divertido y tener una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Entiéndanos Sr. Fernández, tenemos que despedirle porque usted no es gracioso...

Es cierto que cuando nos reímos todos los problemas parecen evaporarse por unos segundos. Al buen humor se le atribuyen muchos beneficios y se sabe influye muy positivamente en la salud de las personas; dispara la producción de endorfinas que actúan como un potente analgésico aportando bienestar a nuestro cerebro, regula el ritmo cardiaco, baja la presión arterial y ayuda a no tener úlceras de estómago. Veinte segundos de risa con ganas, son el equivalente cardiovascular a tres minutos en una máquina de ejercicios.

El sentido del humor nos permite encarar situaciones difíciles sin dejarnos bloqueados por las emociones negativas y nos protege contra el estrés. Pero tener sentido del humor no significa estar continuamente haciendo payasadas o pasarnos el día contando chistes.

Lo malo es cuando el humor se basa en reírse a costa de otros, cuando se aleja de su función catártica y liberadora para convertirse en un mero mecanismo embrutecedor que anula cualquier pensamiento. En la actualidad hemos abandonado la sutileza de la ironía, del sarcasmo o la sátira, para acoger con los brazos abiertos el humor más simple y zafio.

Los puestos de trabajo se han llenado de un teatral humor, ya exigido sin pudor por los empresarios, que nada tiene que ver con el verdadero humor ni con sus efectos terapéuticos.

Se trata sólo de una vuelta más de tuerca de las clases privilegiadas para no tener que enfrentarse a los rostros preocupados de los empleados que explota, para que permanezcan en un complaciente estado de idiotez, todos con sonrisas bobonas y chistes bobones, todos falsamente felices y alegres...

No, no soy divertido, ni tengo sentido del humor, ni tengo ganas de reírme con la persona que me roba e insulta mi inteligencia.

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